Acta Bioquímica
Clínica Latinoamericana
La amenaza
de la gripe

El Comité de Redacción de Acta Bioquímica Clínica Latinoamericana ha seleccionado este artículo publicado en la revista Muy Interesante (marzo de 2001) para su difusión a través de FABA- Informa


Actualmente, nuevas terapias intentan acorralar al virus de la gripe. Si bien existen vacunas y fármacos que tratan de combatirlo eficazmente, el virus contraataca con cepas casi invencibles.

Como todos los años, al final del otoño y al comienzo del invierno, el virus de la gripe amenaza con irrumpir en nuestro aparato respiratorio y desatar en menos de 48 horas el proceso. Sus síntomas aparecen de repente: nariz tapada, fiebre alta durante dos o tres días, pequeños escalofríos, dolores de cabeza y musculares, molestias en la garganta, ojos llorosos, tos seca, pocas ganas de comer, náuseas y, a veces, vómitos y diarreas.

Hasta hace poco, a los engripados no les quedaba otro remedio que guardar reposo mientras se recuperaban y llenarse de antipiréticos, analgésicos, antihistamínicos y antitusivos para calmar la fiebre, dolores de cabeza y demás síntomas gripales. Hoy, gracias a los avances en biomedicina, la forma de prevenir y detener esta infección respiratoria ha mejorado notablemente. Las vacunas, disponibles en nuestro país desde la década del '50, ayudan a nuestro sistema inmunológico a combatir el virus de la gripe y, luego de varias décadas sin que surgiera ningún producto novedoso contra esta enfermedad, han aparecido varios fármacos que atacan al agente viral. Entre los primeros se encuentran la amantadina y la rimantadina, que, sin embargo, presentan algunos inconvenientes debido a sus efectos secundarios: nerviosismo, falta de concentración y desorientación, entre otros. Además, diversos estudios llevados a cabo en Europa parecen confirmar que estos virus desarrollan sin dificultad una resistencia a esta medicación. Recientemente, después de superar extensos ensayos clínicos, comenzaron a producirse dos antigripales con menores efectos adversos: el zanamivir (de próxima aparición en Argentina) y el GS 4104 u oseltamivir (ya disponible en nuestro país) (Fig. 1).



Fig. 1. Los nuevos fármacos atacan el talón de Aquiles del microbio. Los nuevos virus gripales se diseminan de una célula a otra gracias a la neuraminidasa, enzima que elimina los restos de ácido siálico celular (izquierda). Como se ve en los esquemas inferiores, los antigripales zanamivir (aún no disponible en Argentina) y oseltamivir bloquean el sitio activo de la neuraminidasa, lo que impide la diseminación del virus.


Desde que en 1933 se aisló la primera cepa en un ser humano, se sabe que los virus gripales, clasificados dentro de la familia de los Orthomyxovirus, pertenecen a dos tipos básicos: el A, responsable de la mayoría de las epidemias, y el B, que es menos virulento. Existe un tercer tipo, el C, pero aparentemente no causa ninguna enfermedad grave; a lo sumo, una especie de resfrío común.

A pesar de los esfuerzos por controlar el virus, la batalla final contra la gripe está lejos de ser vencida. En primer lugar, los científicos se enfrentan a un microbio con una gran capacidad infecciosa y una destreza impresionante para disfrazarse y burlar nuestras defensas. Efectivamente, millares de partículas virales se trasmiten de una persona a otra mientras se habla, tose o estornuda a través de gotas microscópicas, denominadas gotas de Pflügge, que flotan en el aire y alcanzan las células de la mucosa respiratoria en toda su extensión, desde las que tapizan las fosas nasales hasta las de los alvéolos pulmonares. "El poder de diseminación del virus es muy grande, infecta a todo el que se encuentra en el medio. Hay estudios que indican que una persona puede iniciar una cadena de contagios que llega a afectar a 87 mil personas":, explica el doctor Leonardo Lourtau, médico infectólogo del Hospital Italiano de la Ciudad de Buenos Aires y del Hospital Ramos Mejía.

Mientras los datos oficiales del Ministerio de Salud de la Nación hablan de 16 muertos en 1999, de los cuales 6 fueron personas mayores de 85 años, los números del INDEC indican un aumento de las personas afectadas por el virus: de 580.025 en 1996, a 894.468 en 1999. Otros estudios, en tanto, sitúan en 5 millones anuales a los argentinos afectados por la influenza, como también se la llama.

A pesar de estas cifras, la situación se considera normal. Algo muy distinto a lo que ocurre en los momentos de pandemias. "Cuando hay un cambio antigénico (un antígeno es una partícula de virus que despierta una respuesta inmune) muy grande en el virus de la gripe, se pueden producir millones de muertes, ya que las vacunas existentes no protegerían contra esta nueva variedad, aunque hoy en día la respuesta llega con más prontitud", puntualiza el Dr. Lourtau.

Sin embargo, hay epidemias estacionales que se producen por ligeros cambios en la composición de dichos antígenos; en estos casos, el aumento de casos fatales no se aleja de los patrones normales.

Más bajas que en la Segunda Guerra Mundial
Ahora bien, las pandemias pueden llegar a extenderse en todo el mundo, como en el caso de la ocurrida en 1918, que fue bautizada como la gripe española, debido a que erróneamente se pensó que tuvo su origen en España. Causada por un virus de tipo A, conocido como H1N1, el brote de gripe mató a 20 millones de personas, en algunos casos pocas horas después de manifestarse los primeros síntomas. El H1N1 mató en seis meses al 1 por ciento de la población de Nueva York, y cuando desapareció, había dejado el doble de bajas que las sufridas durante la Segunda Guerra Mundial.

A esta auténtica peste negra del siglo XX siguieron una epidemia de gripe asiática (1957), la de Hong Kong (1968) y la rusa (1977). "En general, los cambios mayores que se asocian a pandemias son saltos de virus entre especies. Muchas veces, el virus infecta a una misma especie, produce recombinaciones genéticas que lo hacen adaptable a dos o más especies, y produce lo que se llama saltos entre especies del virus", aclara el Dr. Lourtau. Lo cierto es que estos episodios tienen una frecuencia de entre 10 y 20 años, por lo cual algunos epidemiólogos advierten que en cualquier momento podría aparecer otro virus mutante tan peligroso como el que provocó tantas muertes en 1918.

La metamorfosis gripal

Pero ¿cómo es esta metamorfosis que sufre el virus de la gripe para convertirse en una amenaza para la humanidad? ¿Por qué resulta tan difícil aniquilarlo? ¿Cómo actúan las vacunas y los fármacos antigripales? Para los virólogos, las dificultades empiezan en la propia naturaleza del agente viral y sus elaboradas estrategias de supervivencia. En cuanto a su estructura, el virus de la gripe no es otra cosa que una especie de pelota de golf en cuyo interior flota el material genético. Éste está formado por una molécula de ARN (Ácido Ribonucleico) fragmentada en varios segmentos, junto a una proteína nucleica soluble (NP o S) con acción antigénica, es decir, que actúa como un antígeno. Recordemos que nuestro sistema inmunológico fabrica unas sustancias pegajosas con forma de Y, llamadas anticuerpos, que se unen específicamente a puntos claves del enemigo, los antígenos. De este modo, según el tipo de reacción de los antígenos NP o S con el anticuerpo correspondiente, el virus de la gripe se clasifica en los ya mencionados tipos A, B y C.

El ARN viral está protegido por una cubierta de naturaleza lipídica de la que parten hacia el exterior unas especies de espículas formadas por proteínas y azúcares. Básicamente, estas proyecciones se componen de dos glucoproteínas: la hemaglutinina (H) y la neuraminidasa (N), enzimas diana de los nuevos antigripales.

Atracción fatal por las células del tracto respiratorio
Este par de elementos proteicos juegan un papel trascendental en la reproducción del virus. Cuando éste alcanza su objetivo favorito, o sea, las células epiteliales que tapizan nuestro tracto respiratorio, se ancla a su superficie por medio de la hemaglutinina. En concreto, ésta se enlaza al ácido siálico, un receptor de membrana que le abre las puertas hacia el interior celular. Una vez introducido, el virus queda inicialmente secuestrado en una especie de burbuja conocida como endosoma. En un abrir y cerrar de ojos, el agente viral se hace dueño de la célula huésped: libera los fragmentos de ARN y pone bajo su custodia a toda la maquinaria genética para obligarla a realizar copias de su material hereditario y fabricar las piezas proteicas de los nuevos virus.

Así actúan los nuevos fármacos antigripales

Finalmente, las nuevas moléculas sintetizadas
-ácidos nucleicos y proteínas- se unen y crean nuevas partículas víricas antes de salir al exterior. Ahora bien, los nuevos virus emergen impregnados de ácido siálico. Para ellos no es más que un estorbo: la presencia de esta sustancia en la superficie viral y en las células que infecta provoca que la hemaglutinina de un virus recién nacido quede adherida al ácido siálico de los virus hermanos y de la célula humana. Sería una trampa mortal para el agente infeccioso, cosa que desgraciadamente no sucede. En realidad, los virus guardan un as en la manga: la neuraminidasa. Esta enzima actúa como un disolvente que despega el ácido siálico y, por consiguiente, libera los nuevos virus para que avancen por el moco y colonicen otras células sanas del aparato respiratorio. Los síntomas gripales, por lo tanto, se deben a la alteración de la función de las células ya tomadas, así como a los esfuerzos del sistema inmunológico por contener la infección, que producen inflamación, fiebre y dolores.
Tanto el zanamivir como el oseltamivir inhiben la acción de la neuraminidasa, lo que impide la liberación de los residuos de ácido siálico en la superficie de las células infectadas y en la cápsula viral.

Hasta la fecha, los científicos identificaron con el virus de tipo A una quincena de subtipos de hemaglutinina y nueve de neuraminidasa, que se diferencian entre sí por pequeñas alteraciones en la secuencia de los aminoácidos constituyentes. Las variantes se denominan según las moléculas de hemaglutinina y neuraminidasa que presenten: H1N1, que causó la pandemia de gripe española; H2N2, que desató la gripe asiática o la mencionada H5N1, que se desató en Hong Kong.

Nuestro sistema inmunológico reconoce la importancia capital que la H y la N tienen para la supervivencia del virus. De hecho, es el blanco de los ataques. Cuando alguien contrae la gripe, su sistema inmunológico fabrica anticuerpos que reconocen segmentos específicos, los denominados determinantes antigénicos o epítopos, de la hemaglutinina y neuraminidasa de la superficie del virus. Estos epítopos quedan grabados en la memoria inmunológica para que, si el individuo sufre una nueva exposición a la misma cepa, los anticuerpos bloqueen de inmediato al virus e impidan su proliferación.

Sus disfraces dificultan el desarrollo de vacunas
Este tipo de respuesta es tremendamente útil para virus como los que causan el sarampión o las paperas, que nunca cambian. Pero los virus de la gripe son unos audaces maestros transformistas que engañan a nuestros sistemas de defensa y, de paso, a los científicos empeñados en desarrollar vacunas que prevengan sus ataques.

Los virus gripales se van modificando mediante un mecanismo conocido por los biólogos como deriva antigénica que, por decirlo de una forma sencilla, consiste en una revisión gradual de las secuencias de aminoácidos de las H y N capaces de desencadenar una respuesta inmunológica. Estas alteraciones aparecen por pequeñas mutaciones en los genes que gobiernan la síntesis de estas proteínas. El azar hace el resto: ciertas mutaciones son letales para el propio virus, pero otras reconfiguran el orden de los aminoácidos del epítopo proteico que hasta entonces era reconocido por los anticuerpos. La gradual acumulación de este tipo de transformaciones hace que una cepa vírica se torne con el tiempo extraña para la mayor parte de los anticuerpos. Éste puede ser el origen de una epidemia.

A veces, sin embargo, los cambios ocurren de forma drástica. Entonces, los biólogos hablan de desplazamiento antigénico. El virus A constituye el paradigma de esta estratagema: cuando sufre un desplazamiento de este tipo, las cepas resultantes desarrollan unas espículas de neuraminidasa irreconocibles por ninguno de los antígenos presentes en la sangre de todas las poblaciones del mundo. En ese caso, la pandemia es casi inevitable. Recientemente, los científicos han comprobado que el desplazamiento antigénico puede ocurrir cuando dos cepas de virus coinciden en un mismo huésped: del intercambio de genes puede surgir un supervirus intratable. Como mencionamos anteriormente, hay virus que pasan de algunos animales al hombre: si en un cerdo coinciden una cepa humana y otra que afecta sólo a aves, el cerdo podría terminar por producir una nueva variante del virus gripal idéntico al humano, pero con una hemaglutinina aviar.

Algunos investigadores sospechan que, en las pandemias asiáticas de 1957 y 1968, aves acuáticas pudieron haber aportado genes poco frecuentes y que los cerdos sirvieron de banco de pruebas para la génesis de una nueva variante gripal. No sucedió lo mismo con el H5N1, que pasó directamente de las aves al hombre, aunque por fortuna fue detectado antes de que pudiera adquirir, por mutación o reordenamiento, la habilidad de transmitirse de un ser humano a otro. Es de esperar que la próxima vez que ocurra algo parecido, contemos con una terapia aún más eficaz contra la gripe.