Acta Bioquímica Clínica Latinoamericana

El Comité de Redacción de Acta Bioquímica Clínica Latinoamericana ha seleccionado este artículo publicado en la revista “Investigación y Ciencia”, enero de 2003, para su difusión a través de FABA Informa.

El largo brazo del sistema inmunitario

Las células dendríticas atrapan a los invasores y comunican al sistema inmunitario cuándo y cómo debe responder. De ellas depende la eficiencia de las vacunas y en ellas se confía para potenciar la inmunidad contra el cáncer.
Jacques Banchereau (Instituto Baylor de Investigaciones Inmunológicas Dallas).

Permanecen escondidas, desplegados sus largos tentáculos, en todos los tejidos de nuestro organismo que se hallan en contacto con el entorno. En el revestimiento de la mucosa nasal y en los pulmones, por si inhalamos el virus de la gripe mientras viajamos en un apretado vagón de subterráneo. En el tracto gastrointestinal, para alertar al sistema inmunitario si nos tragamos una dosis de bacteria salmonela. Y, sobre todo, en la piel, siempre al acecho, por si algún microorganismo penetra a través de un corte.
Son las células dendríticas, una clase de leucocitos entre los que encontramos algunos de los actores más fascinantes, aunque poco comprendidos, del sistema inmunitario.
En estos últimos años, la investigación ha comenzado a descubrir los mecanismos de que se valen las células dendríticas para educar al sistema inmunitario sobre lo que pertenece a nuestro organismo y qué le es extraño, cuando no dañino.
Se ha visto que las células dendríticas inician y controlan la respuesta inmunitaria. Así, resultan indispensables para el establecimiento de la “memoria” inmunitaria, que es la base de todas las vacunas. Médicos y profesionales de los laboratorios farmacéuticos se apoyan en la función que ellas desempeñan en la inmunización y “vacunan” a pacientes de cáncer con células dendríticas cargadas con trozos de sus propios tumores y, de ese modo, activan el sistema inmunitario contra el cáncer. Las células dendríticas son también responsables del fenómeno de la tolerancia inmunitaria, el proceso por el que el sistema inmunitario aprende a respetar otros componentes del organismo.
Pero las células dendríticas esconden una cara oscura. El virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) se introduce en las células dendríticas para alcanzar los ganglios linfáticos, donde infecta y elimina las células T coadyuvantes, causando el sida. Por su parte, las células que se activen en el momento inoportuno podrían dar lugar a alteraciones autotoinmunitarias; ocurre en el lupus. En estos casos, la supresión de la actividad de las células dendríticas podría abrirnos la puerta a nuevos tratamientos.

Celulas dentríticas e infección (ampliar imagen)


ESCASAS Y VALIOSAS
Las células dendríticas no abundan. Apenas constituyen el 0,2 por ciento de los leucocitos de la sangre y están presentes en menores proporciones aún en la piel. Por culpa de su exiguo número se ha escapado su verdadera función a los científicos durante más de un siglo desde que en 1868 las identificara Paul Langerhans, anatomista alemán que, sin embargo, las confundió con terminaciones nerviosas de la piel.
En 1973, Ralph M. Steinman, de la Universidad Rockefeller, las redescubrió en el bazo del ratón y reconoció que formaban parte del sistema inmunitario. Las células estimulaban, con una potencia inusitada, la inmunidad en animales de experimentación. Las llamó “dendríticas” en razón de sus brazos espinosos; pese a todo, se siguen denominando células de Langerhans a las dendríticas del subgrupo presente en la epidermis.
En 1994 un equipo de investigadores encontró una vía para cultivar células a partir de monocitos, células leucocitarias. Sabemos ya que puede promoverse la diferenciación de los monocitos en células dendríticas, que “excitan” o “bloquean” el sistema inmunitario, o en macrófagos, que reptan por todo el organismo eliminando células muertas y microorganismos.
La posibilidad de cultivar células dendríticas ofrecía la oportunidad de investigarlas de un modo exhaustivo. Algunos de los descubrimientos iniciales ampliaron nuestra comprensión del mecanismo de operación de las células dendríticas.
Hay varios subgrupos de células dendríticas, que emergen de precursores circulantes por la sangre y se asientan, todavía inmaduras, en la piel, membranas mucosas, pulmones y bazo. Las células dendríticas inmaduras disponen de una serie de mecanismos para capturar microorganismos invasores; engullen invasores a través de receptores caliciformes en su superficie, ingieren sorbos del líquido que les rodea y succionan virus o bacterias después de encerrarlos en vacuolas.
Se ha descubierto que células dendríticas inmaduras provocan la destrucción inmediata de virus con la secreción de interferon alfa.
Una vez que han engullido los cuerpos extraños, las células inmaduras los cortan en fragmentos (antígenos) que el sistema inmunitario puede reconocer. Las células hacen uso del complejo mayor de histocompatibilidad (MHC), moléculas que presentan estos antígenos en su superficie. Los antígenos encajan en el MHC. Hay dos tipos del mismo, el de clase I y el de clase II. Estos dos tipos de MHC difieren en su forma y en el modo de adquirir su carga de antígenos mientras están en el interior de las células.
Las células dendríticas son muy eficientes en la captura y presentación de antígenos. Aprehenden incluso antígenos en concentraciones diminutas de estos. Y conforme los van procesando para su presentación, viajan al bazo por la sangre o hacia los ganglios linfáticos a través de la linfa. Una vez en su destino, las células completan su maduración y presentan sus moléculas de MHC cargadas de antígeno a los linfocitos T coadyuvantes primerizos, células que hasta entonces no se habían encontrado con antígenos. Las células dendríticas son las únicas que pueden educar a los linfocitos T coadyuvantes primerizos para que reconozcan como foráneo o peligroso un antígeno. Esta capacidad singular deriva, se supone, de moléculas coestimuladoras que hay en su superficie y pueden unirse en los linfocitos T a los receptores correspondientes.
Una vez enseñadas, las células T coadyuvantes instan la intervención de los linfocitos B, que sintetizarán anticuerpos que se unirán al antígeno para su posterior inactivación. Las células dendríticas y los linfocitos coadyuvantes activan también a las células T asesinas, que pueden destruir células infectadas por microorganismos. Algunas de las células educadas por las células dendríticas se convierten en células con “memoria”; permanecen éstas en el organismo durante años -decenios quizá- para combatir al invasor en caso de que vuelva la agresión.
Que el organismo responda con anticuerpos o células asesinas parece estar determinado, en parte, por el subgrupo de células dendríticas que lleva el mensaje y por cuál de los dos tipos de sustancias inmunoestimulantes, llamadas citoquinas, instan la formación de células T coadyuvantes. En el caso de parásitos o ciertos invasores bacterianos, las citoquinas del tipo 2 son mejores, porque arman al sistema inmunitario con anticuerpos; en cambio se prefieren las citoquinas del tipo 1 para enrolar a las células asesinas en el ataque contra células infectadas por otros tipos de bacterias o por virus.
Si una célula dendrítica promueve la síntesis del tipo errado de citoquina, el organismo puede establecer una defensa equivocada. Generar el tipo de defensa adecuado por parte del sistema inmunitario puede ser una cuestión de vida o muerte: cuando se produce una exposición a la bacteria de la lepra, el sujeto que articula una respuesta de tipo 1 desarrolla una forma tuberculoide, suave, de la enfermedad, mientras que los que arman una respuesta de tipo 2 acaban con la forma lepromatosa, que es potencialmente letal.
Demoledores del Cáncer
La activación de las células T coadyuvantes primerizas constituye la base de las vacunas, sean contra la neumonía, el tétanos o la gripe. Con los nuevos conocimientos sobre el papel que las células dendríticas desempeñan en la inmunidad contra los microorganismos y sus toxinas, los laboratorios empiezan a dirigir su atención hacia una nueva estrategia para combatir el cáncer.
Las células cancerosas son anormales; en cuanto tales, cabe suponer que generan moléculas que no sintetizan las células sanas. Si se pudieran diseñar fármacos o vacunas dirigidas exclusivamente contra las moléculas aberrantes, podría combatirse el cáncer sin dañar células y tejidos sanos, lo que ahorraría algunos de los efectos secundarios perniciosos de la radioterapia y la quimioterapia (caída del pelo, náuseas y debilitación del sistema inmunitario a causa de la destrucción de la médula ósea).
No ha sido tarea fácil encontrar los antígenos que sólo ocurren en las células cancerosas, pero se ha conseguido ya aislar varios de ellos, principalmente del melanoma, un cáncer de la piel.
Para las pruebas clínicas se emplean habitualmente vacunas preparadas con células precursoras de células dendríticas, que se han aislado de pacientes de cáncer y han sido cultivadas en el laboratorio junto con antígenos tumorales. Durante este proceso, las células dendríticas captan los antígenos que cortan y presentan en su superficie. De acuerdo con el guión, cuando se inyectan de nuevo a los pacientes cabe esperar que las células dendríticas, cargadas con antígenos despierten la respuesta inmunitaria de los pacientes contra sus propios tumores.
Se está comprobando la eficacia de este enfoque en tipos de cáncer muy dispares: melanoma, linfoma de linfocitos B y tumores de la próstata o del colon.
Se trabaja en el refinamiento del método. Las pruebas abarcan una muestra más extensa. Hasta el momento, las vacunas contra el cáncer basadas en células dendríticas se han aplicado sólo a pacientes con cáncer avanzado. Aunque se supone que los pacientes con cáncer precoz responderían mejor a la terapia -su sistema inmunitario ha intentado todavía, sin éxito, erradicar el tumor- persisten algunos problemas potenciales que merecen consideración.
Hay quienes temen que este tipo de vacunas podría desencadenar, por error, un ataque inmunitario contra el tejido sano. A este respecto, se ha observado vitíligo -manchas blancas en la piel resultantes de la destrucción de melanocitos normales productores de pigmentos- en pacientes de melanoma que recibieron las primeras vacunas de melanoma. Por otro lado, los tumores podrían mutar y “escapar” del ataque del sistema inmunitario generado por la vacuna de células dendríticas. Las células tumorales podrían conseguir esa evasión al dejar de producir los antígenos contra los que debía arremeter un sistema inmunitario estimulado por la vacuna. Este problema no es, sin embargo, exclusivo de las células dendríticas; puede darse el mismo fenómeno con las terapias tradicionales del cáncer.

Supresión de la inmunidad
Al propio tiempo, otros buscan caminos para suprimir la actividad de las células dendríticas cuando, en vez de combatir la enfermedad, la exacerban. En el fenómeno habitual conocido como tolerancia central, el timo libera linfocitos T jóvenes que reconocen los propios componentes del organismo como extraños antes de que tengan la oportunidad de incorporarse a la circulación. Algunos inevitablemente se escapan, por lo que el organismo tiene un mecanismo de reserva para restringir su actividad.
Pero la tolerancia periférica, así se llama el mecanismo en cuestión, aparece desarticulada en pacientes con artritis reumatoide, diabetes de tipo 1 o lupus eritematoso sistémico, alteraciones todas ellas autoinmunitarias.
No hace mucho, se informó que las células dendríticas de la sangre de pacientes con lupus desarrollaban una actividad impropia. Las células de estos pacientes liberan cantidades elevadas de interferón alfa, una proteína inmunoestimuladora que insta el desarrollo de las células precursoras para dar células dendríticas maduras cuando todavía se encuentran en la sangre. Las células maduras ingieren entonces ADN, presente en cantidades insólitas en la sangre de pacientes con lupus; eso, a su vez, provoca que el sistema inmunitario del individuo genere anticuerpos contra su ADN. Los anticuerpos así formados acarrean complicaciones del lupus; la vida del enfermo corre peligro cuando se depositan en los riñones o en las paredes de los vasos sanguíneos. Ante ese cuadro, se propone que el bloqueo del interferón alfa podría facilitar un tratamiento del lupus al prevenir la activación de las células dendríticas. Una estrategia similar podría impedir, en receptores de un trasplante, el rechazo de los nuevos tejidos.
De una mejor comprensión de las células dendríticas podría derivarse también un nuevo tratamiento del sida. En el año 2000 se consiguió identificar un subgrupo de células dendríticas que producen DC-SIGN, una molécula que puede unirse a la cubierta externa del VIH. Estas células aprehenden el VIH mientras reptan a través de las membranas mucosas y tejidos profundos. Cuando viajan a los ganglios linfáticos, descargan el virus ante una concentración elevada de linfocitos T. Los fármacos que bloquean la interacción entre el DC-SIGN y el VIH podrían frenar la progresión del sida.
Otras enfermedades infecciosas -sarampión, malaria y citomegalovirus, entre ellas- manipulan también las células dendríticas para su provecho. Los hematíes infectados con parásitos de la malaria, por ejemplo, se unen a las células dendríticas y evitan que maduren y alerten al sistema inmunitario de la presencia de los invasores. Varios grupos investigan cómo evitar que esos microorganismos secuestren células dendríticas; algunos ensayan con células dendríticas supercargadas para luchar contra las infecciones.
Conforme se vayan conociendo mejor las moléculas que controlan las células dendríticas, se conseguirán también medios que permitirán hacer uso de su potencial terapéutico.

BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARIA
• DENDRITIC CELLS AND THE CONTROL OF IMMUNITY. Jacques Banchereau y Ralph M. Steinman en Nature, vol. 392, págs. 245-252; 19 de marzo de 1998.
·DENDRITIC CELLS AS VECTORS FOR THERAPY. Jacques Banchereau, Beatrice Schuler-Thurner, A. Karolina Palucka y Gerold Schuler en Cell, vol. 106, nº. 3, págs. 271-274; 10 de agosto de 2001.


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