La comunidad científica continúa con la descripción
de las redes de procesos moleculares que intervienen en el desarrollo
del cáncer.
Cuatro estudios publicados conjuntamente en la revista
'Nature' han demostrado la capacidad del organismo humano para detener
el crecimiento de potenciales células cancerígenas y paralizarlas.
Este mecanismo antitumoral, que actúa como freno del proceso maligno,
se conocía ya en estudios de laboratorio, pero por primera vez
los científicos han comprobado también su presencia en modelos
'in vivo', tanto en ratones como en muestras de tejido de pacientes con
cáncer.
Se denomina senescencia (aunque nada tiene que ver con lo que entendemos
como envejecimiento) y los especialistas lo definen como un sistema de
defensa de emergencia de las células que están en camino
de convertirse en cancerosas, una respuesta ante el estímulo de
un oncogen. Es un freno a la progresión de las lesiones premalignas,
o como dicen Norman Sharpless y Ronald DePinho en el comentario que acompaña
a las investigaciones: "El equivalente a una cadena perpetua celular".
Con éste son cada día más los avances realizados
en los últimos años en la descripción de las raíces
moleculares del cáncer, de las cascadas de señales que interactúan
en el organismo hasta dar lugar a un tumor. La existencia de un proceso
natural capaz de reaccionar ante el estímulo de un gen 'malo' (los
llamados oncogenes) amplia el horizonte de futuras investigaciones.
Uno de los trabajos lleva firma española, la del Centro Nacional
de Investigaciones Oncológicas (CNIO), cuyos especialistas han
empleado un sistema de microchips para detectar ciertas marcas características
de las células senescentes que no están ni en las unidades
sanas ni en las que ya se han tornado cancerosas.
Como explica a 'elmundo.es' Manuel Serrano, uno de los firmantes de este
estudio, se buscaron aquellos genes que estaban especialmente activos
en las células senescentes y se confirmó su elevada presencia
en tumores poco agresivos (de pulmón, páncreas y de piel).
Por el contrario, en los casos más agresivos había pocas
de estas unidades.
"Se trata aún de marcadores muy generales, y habrá
que confirmar su presencia en otros tipos de cáncer", admite
Serrano, "pero estos trabajos abren una vía que habrá
que seguir indagando". El siguiente paso que están dando ya
en el CNIO es analizar si esos genes son simplemente 'marcadores', es
decir, señales que indican que esa célula es senescente,
o si se trata además de 'ejecutores', es decir, mediadores fundamentales
en el proceso.
En otro de los estudios, en el que ha colaborado el también español
Carlos Cordón-Cardó, que actualmente dirige el Departamento
de Patología Molecular del Memorial Sloan-Kettering Cancer Center
de Nueva York (EE UU), se han analizado además las interacciones
de este proceso con genes supresores de tumores prostáticos ya
conocidos, y cuya inactivación resulta clave para permitir el desarrollo
tumoral.
Un interruptor apagado
Como explica Cordón-Cardó a 'elmundo.es', el trabajo describe
una opción más de las células para evitar su malignización.
O como añade otro de los firmantes, Zhenbang Chen: "Nos dimos
cuenta de que la senescencia es un programa intrínseco a todas
las células, que actúa como una especie de mecanismo de
emergencia. En tanto que éstas permanezcan en ese estado, el interruptor
del cáncer seguirá desconectado".
Y de igual manera en el caso del cáncer de piel. En la investigación
dirigida por Chrysiis Michaloglou, del Instituto Holandés del Cáncer,
se analiza precisamente por qué los lunares, precursores benignos
del melanoma, permanecen años sin evolucionar incluso aunque contengan
una determinada mutación habitual en los tumores de la piel (la
de la proteína BRAF).
Como se apunta el cuarto de los estudios, dirigido por Melanie Braig,
de la Universidad de Berlín (Alemania), en ocasiones el proceso
se ve perturbado por ciertos eventos moleculares que permiten la formación
de la neoplasia. Braig y su equipo se fijaron en el linfoma, un agresivo
tumor de las células de la sangre.
La importancia de estos descubrimientos podría estar en su potencial
terapéutico: "De la misma manera que los mecanismos de muerte
celular [la llamada apoptosis] se emplean ya para tratamientos, un mayor
entendimiento de los estímulos que inducen la senescencia nos permitirá
explotarlos para la prevención y tratamiento de la enfermedad",
apuntan optimistas Sharpless y DePinho.
Se trata de los primeros pasos y aún hay cuestiones por resolver.
Sin embargo, todos los estudios coinciden en subrayar la importancia de
este mecanismo protector para el futuro diagnóstico, pronóstico
y tratamiento del cáncer.
Serrano y Cordón-Cardó señalan que la aplicación
más realista a corto plazo corresponde al terreno del diagnóstico.
"Los oncólogos emplean ya muchos marcadores para medir ciertas
características de los tumores", explica Serrano. "Ahora,
podrán decir además cuántas células senescentes
hay, con herramientas ya disponibles en los hospitales".
Sin embargo, reconoce, se ha trabajado de momento en los dos extremos,
cánceres poco agresivos (premalignos) y de muy mal pronóstico.
"Queda ahora por ver cómo de útil resulta en las zonas
intermedias, que son las más difíciles a la hora de tomar
decisiones clínicas".
A juicio de Carlos Cordón-Cardó, estos
cuatro trabajos ponen además de manifiesto la cada vez mayor complejidad
de las interacciones que dan lugar al cáncer. "Hasta ahora
era correcto hablar de vías moleculares, pero cada vez más
tendremos que hablar de redes (networks), porque las rutas cada día
se complican más".
Fuente: Diario " El Mundo" |