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Servicios FABA

Coordinación General de Evaluación Epidemiológica
de Programas de Atención de FABA
Calidad, “Toyotismo”
y control de mercados
La calidad en su versión de economía de mercado
“¿Porqué, si busco un obrero, termino encontrando un ser humano?
Henry Ford.

Horacio Micucci
Desde hace unos años el concepto de calidad en la producción se extendió al ámbito de la salud. Se la pregona como una satisfacción de las necesidades de los “clientes” y aparece como un beneficio para la población. En salud esto se magnifica, dado que siendo un derecho inalienable para el ser humano, todo intento para mejorarlo aparece como un acto de virtud. ¿Pero es así?
Sobre las implicancias verdaderas del tema de la calidad en salud se han expresado, en respuesta a un artículo del diario La Nación, los Presidentes
de la Federación Bioquímica de la Provincia de Buenos Aires (FBPBA) y de la Fundación Bioquímica Argentina (FBA). Me remito a lo dicho por ellos y me limitaré sólo al origen y objetivo de la calidad “a la moda”, como mecanismo de “marketing” y concentración de la prestación y no como satisfacción de las necesidades sanitarias del pueblo.

Toyotismo, crisis económica y calidad
Cuando los economistas de la economía de mercado definen al toyotismo dicen: “Es el `Just in Time´, más los EQ (Equipos de Calidad), más la calidad total, más las normas ISO 9000, es la empresa como una gran familia en donde los trabajadores cantan el himno de la corporación antes de comenzar cada jornada y se sienten orgullosos de pertenecer a ella“. Son sus propios defensores los que incluyen, en las características del toyotismo, muchos términos de uso habitual en la calidad de la “medicina de mercado”.
Pero ¿cómo puede ser que cuestiones ligadas a la economía neoliberal
“de mercado” que dejó una secuela, en nuestro país, de un 60 % de personas definidas como pobres por el INDEC, puedan usarse en el área de salud?.

Veamos.
El toyotismo surgió para dar respuesta a dos cuestiones: En primer lugar, la necesidad de evitar la acumulación de stocks de mercaderías en cada crisis periódica del sistema. Es lo que ocurrió en la crisis que hizo eclosión en el Lejano Oriente (1997) y se extendió por todo el mundo. El incremento incesante de la producción y el empobrecimiento simultáneo de la población significó mercaderías que no se podían vender y millones de personas sin poder comprar lo más necesario. Era lógico que el comienzo se diera en el Lejano Oriente, donde el crecimiento de la productividad se basaba en una tremenda superexplotación de la fuerza de trabajo. La fábrica Nike en Vietnam, por ejemplo, pagaba a sus obreros el valor de un par de zapatillas al mes. Obviamente esos obreros no podían ser mercado para comprar esa producción creciente. Fourier diría “la superabundancia se convierte en fuente de miseria y de penuria”. De nada sirvieron, a la hora de la verdad, el toyotismo y su “just in time”, es decir no acumular stock, producir según la demanda del mercado. Pero ese no es el tema de este artículo. Aquí nos detendremos en el segundo objetivo del toyotismo: conseguir un uso más intensivo de la fuerza de trabajo, para resolver el interrogante del epígrafe, cuya autoría se atribuye
a Henry Ford.

Taylorismo, Fordismo y Toyotismo
Los especialistas en gestión industrial, saben que, de manera simplificada, se pueden definir tres formas de organización del trabajo, que se sucedieron en el tiempo: el taylorismo, el fordismo y el toyotismo. Las tres fueron intentos de intervenir en la relación entre el empresario comprador de la fuerza de trabajo y el asalariado que la vende para que el primero lograra extraer el máximo rendimiento al salario que paga o, dicho en los términos de estas disciplinas, disminuir al mínimo el trabajo improductivo. El Taylorismo, teorizado por Taylor, comenzó por parcializar las tareas y establecer los tiempos necesarios para cada una de ellas. Se cronometraban esas tareas
y se trataba que cada obrero cumpliera esos tiempos disminuyendo su pérdida. La película italiana de los años 70 “La clase obrera se va al paraíso” describió esa situación, en la cual el protagonista era un obrero empeñado
en disminuir los tiempos y que terminaba en un manicomio. No obstante el mecanismo no resolvía totalmente la cuestión. La introducción de la cadena de producción (típica de la industria automotriz) intentó superar la organización taylorista. Esa cadena de producción establecía los tiempos y el obrero, atado a ella, no podía detenerse. Fue Charles Chaplin en su genial “Tiempos modernos” quien pintó la situación con el obrero enloquecido por el ritmo
que le imponía la máquina.
Pero aún así, el fordismo (que deriva su nombre de Henry Ford) veía que
el obrero encontraba la manera de robarle tiempo a la máquina y, si no lo lograba, se sindicalizaba y la huelga era su mecanismo de resistencia. Aparece entonces el toyotismo (nombre tomado de la corporación Toyota,
que fue el paradigma de esta concepción) para resolver el dilema atribuido
a Ford: que no aparezca un ser humano que resista a la explotación
inhumana de la mano de obra.

Toyotismo y bioquímica
Se preguntará el lector: ¿qué tiene que ver lo anterior con la bioquímica?. Trataremos de explicarlo.
Cuando aparecieron las primeras versiones de aplicación de normas internacionales a la calidad en bioquímica clínica, uno de los argumentos escuchados era que sobraban laboratorios. Y que, dado que muchos de ellos iban a desaparecer, era mejor que fuera por la calidad que por causas económicas. Por lo que muchos bioquímicos clínicos se sintieron forzados
a conseguir acreditación de calidad para “salvar su futuro” y estar entre los elegidos. Como se ve nada que ver con la salud.
Esta transferencia de la responsabilidad de calidad en forma exclusiva al operador, para decir que quien queda afuera del circuito productivo es culpable de ello por su ineptitud, es típica del Toyotismo.
Las empresas toyotistas dicen que nunca despiden a sus obreros. Subordinan a un conjunto de empresas subsidiarias que proveen insumos
“a pedido”, organizadas en sucesivos niveles o escalones. Los obreros
de las empresas son agrupados en Equipos de Calidad (EQ), y cada equipo debe cumplir planes de producción y calidad. Como factor de presión, el asalariado cobra un porcentaje por trabajo y otro, a veces mayor, por cumplimiento de planes y normas de calidad. Si no cumple cobra menos.
Y quien no cumple reiteradamente es descendido a las subsidiarias de nivel inferior. Cuando llega al último nivel, es despedido “por su propia culpa”.
La victima del desempleo es culpable por ineptitud.
La calidad correctamente concebida no debe tener que ver con la conservación del trabajo (derecho asegurado por el artículo 14 bis
de la Constitución), pero ocurre que muchos bioquímicos trataban de acreditar para sobrevivir. Además los intentos de algunos megalaboratorios de formar redes con bioquímicos reducidos a meros extraccionistas (violando la ley provincial) están copiados (aunque no lo sepan) del sistema toyotista de redes de empresas subsidiarias.
Todo lo anterior supone salarios y condiciones de trabajo inaceptables para los obreros del toyotismo, condiciones trabajo e ingresos bajos que sufren también la mayoría de los bioquímicos. ¿Es esto aceptable en salud?.
La explotación toyotista de la fuerza de trabajo es monumental. Calculado
la intensificación del trabajo en las fábricas de los EEUU se comprobó que
un obrero de una filial japonesa, aplicando el toyotismo, estaba ocupado,
en promedio, 57 segundos por minuto contra 45 segundos para un trabajador de una fábrica como Ford, aplicando los antiguos métodos. Los bioquímicos que cumplen largas horas de labor con ingresos mínimos, seguro
se sentirán identificados.
Por último, otro objeto de muchas normas internacionales de calidad
en boga es controlar mercados. En los países “centrales” se discute qué norma se acepta para evitar la entrada de competidores extranjeros.
Las normas de calidad sanitaria no son una excepción.
La norma ISO 15189 es discutible y su valor internacional al margen
de la realidad de cada país, también.
En un reciente viaje de trabajo a Bolivia para evaluar el sistema de residuos patogénicos de ese país, un funcionario del Ministerio de Salud del Gobierno de Evo Morales me sugirió elaborar normas latinoamericanas porque, por ejemplo, aparatología médica brasileña que cumplía normas internacionales no servía para la región del Chapare, próxima a Cochabamba, donde hay una gran humedad ambiente. Es decir las normas nacionales son una necesidad de cada país. No son normas imperfectas obligadas a acercarse en lo posible al modelo internacional, sobre el cual rara vez podemos incidir para adaptarlas a las necesidades propias.
No se puede admitir que las normas de calidad sean para excluir bioquímicos. En primer lugar ningún país latinoamericano puede darse el lujo de despreciar mano de obra formada. Sólo los países condenados al atraso lo hacen. Resulta ridículo y ofensivo que el parámetro para medir el éxito de dichas normas sea cuántos quedan excluidos (como se ha escuchado en varios congresos del tema) y no qué eficacia tienen para resolver los problemas sanitarios de la población. La de los ricos y la de los pobres, huelga decirlo...
Los bioquímicos que creyeron que por esta vía serían los únicos en quedar, vieron frustradas sus intenciones. Estas normas fueron creadas para grandes multinacionales cuya relación de tamaño con el más grande bioquímico privado es la que existe entre un elefante y un aminoácido. Al fin, acabado
el dólar barato, el costo de los insumos hace que ni los más grandes
puedan trabajar con aranceles tan bajos como los que algunos
de ellos impusieron para copar el mercado.

Otra calidad es posible
Frente a esta concepción vinculada a la concentración del “mercado
de la salud” y reducida a la población con capacidad de pago, existe otra concepción ligada a las necesidades de salud del pueblo. Esta concepción
es la calidad a la que tienen derecho todas las personas sea cual fuere su condición social. No es para excluir bioquímicos sino para incluirlos. Es obvio que la calidad debiera ser una sola a la que tendrán derecho todas las personas y no una onerosa carrera de obstáculos para eliminar prestadores.
Resulta sorprendente que la profesión sanitaria que más se ha ocupado
de la calidad y una de las que más regulaciones tiene, sea el blanco de artículos periodísticos cuyos objetivos son, por lo menos, cuestionables.
Los organismos profesionales como FBPBA y CUBRA junto a organizaciones como FBA son capaces de ampliar sus experiencias actuales en el sentido indicado: Calidad como satisfacción de las necesidades de la población,
no excluyente, para toda la red y no para competir comercialmente y de características nacionales sin seguimiento de modelos cuestionables
o inaplicables.
Y por supuesto con horarios adecuados de trabajo e ingresos dignos,
ya que las condiciones de calidad no son responsabilidad única de los bioquímicos sino, también, de la sociedad toda.

Bibliografía
>. Muto Ichiyo. Toyotismo. Editorial Antídoto. 1996.
>. Holloway, J. La rosa roja de Nissan, en Cuadernos del sur. 1987.
>. Coriat, B. El taller y el cronómetro. Ensayo sobre el toyotismo, el fordismo y la producción en masa. Editorial Siglo XXI. 1991.
>. Díaz, M., García, R. y González, A. ¿Orden o Desorden? Una lectura del mundo contemporáneo. Ediciones del Signo. 1997.
>. WIKIPEDIA. Enciclopedia libre.
INTERNET: http://es.wikipedia.org/wiki/Toyotismo


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