Antropología y salud
Relación médico - paciente en el tercer milenio
El Comité de Redacción de Acta Bioquímica Clínica Latinoamericana ha seleccionado este artículo publicado en INFORME ALAC. Ciencia y Ética – NOVIEMBRE 2010 -, para su difusión a través de FABA Informa
Francisco Maglio. Presidente de la Sociedad Argentina
de Medicina Antropológica. adelaruibal@yahoo.com.ar
Desde los tiempos hipocráticos la relación médico-paciente siempre estuvo constituida como una díada donde una confianza (paciente) se encontraba con una conciencia (médico). Actualmente esa relación se ha transformado en otra díada, ahora compuesta por dos “co-sufrientes” encerrados en un triángulo cuyos lados son el modelo médico hegemónico, la medicalización y la formación enfática.
MODELO MÉDICO HEGEMÓNICO
No es la Medicina como ciencia ni tampoco los médicos en sí, se trata de una categoría analítica descripta por Eduardo Menéndez (1) que es la articulación del poder de la Medicina con otros poderes (político, ideológico, económico, etc.) cuyos dos objetivos principales son, por un lado, subordinar otros saberes (por eso es hegemónico) y por otro, instrumentalizar una práctica médica biologicista, positivista, deshumanizada, mercantilista, a-histórica y a-social. De acuerdo a este modelo los conflictos sociales se convierten en patologías individuales que hay que controlar”: las drogas, por ejemplo.
De tal manera, con un sistema de atención mercantilista que obliga a los médicos a no más de diez o quince minutos la consulta, se canjean quejas sociales por recetas (especialmente de psicofármacos, el medicamento de mayor “consumo” en Argentina).
Medicalización (2)
No es una función de la Medicina sino un requisito del sistema para el control social.
Se apropia de áreas que no le son propias (a la Medicina) o no totalmente propias, con funciones de normalidad, disciplinamiento y estigmatización para efectivizar el mencionado control social.
Un claro ejemplo son los llamados “factores de riesgo” para las enfermedades (tabaco, alcohol, etc.): si una persona los consumió, ella es la única responsable, constituyendo la “culpabilización” de la que, en verdad, es la víctima.
Dichos factores no son siempre decisiones exclusivamente individuales, por el contrario, están condicionados por la cultura y estructurados por el mercado, como se evidencia claramente en la publicidad promocional de esos factores: cigarrillos, cervezas, etc.
Otro ejemplo es la medicalización de la sexualidad: se la “genitaliza” descontextualizándola de la historia y del complejo deseo-placer. Con sentido moral de estigmatización, las enfermedades de transmisión sexual se construyen como enfermedades de “transgresión moral”.
El modelo médico hegemónico y la medicalización (como su instrumento) tienden a “naturalizar” la enfermedad y cuando algo se naturaliza, no se reflexiona, no se problematiza, no se cuestiona (“pobres hubo siempre”).
El final es que el Estado se desresponsabiliza de su función primordial que es el cuidado de la salud, en consecuencia éste entra en el mercado y la aplicación de las leyes del mercado en salud, hace que los enfermos se vuelvan más enfermos (3).
Formación enfática
Cuando a un profesional se lo de-forma en uno solo de los polos de esa profesión, queda indefenso frente al otro.
Por ejemplo, en los abogados, la formación enfática sería solamente en el litigio, entonces un abogado no está preparado para actuar en la armonía.
Otro ejemplo, un militar de-formado solamente en la guerra se siente desorientado en la paz.
En el caso de la Medicina cuando un médico es de-formado solamente en la enfermedad no sabe qué hacer con la salud, es más, revisa a alguien y si no le encuentra nada, es “decepcionante”. Encerrado por la medicalización y con la presión (negativa) de la tecnología comienzan los exámenes complementarios y si son negativos se siguen pidiendo más y más.
Cuando no se sabe lo que se busca, no se entiende lo que se encuentra, de allí los resultados “falsos positivos” que no tienen nada que ver con la situación del “presunto” enfermo, en realidad un sano.
Cuando al principio definíamos esta nueva relación médico-paciente como “dos co-sufrientes” nos referíamos a que, de seguir con este modelo y estas prácticas, un sano se definirá como un enfermo “insuficientemente estudiado”.
Un sano que se “siente” enfermo y un médico que no “acepta” la salud.
¿CÓMO REVERTIR ESTA SITUACIÓN?
La Medicina Antropológica (4) como concepción holística del ejercicio profesional considera a las personas en general y a los pacientes en particular como seres bio-sómato-psico-sociales .
Desde esta concepción la relación médico-paciente más que una sumatoria de consultas debe contextualizarse como un proceso, un “continuum”, con tres características fundamentales:
1.- Empatía:
Comprender al paciente “desde” el paciente, ya que en esta relación no hay una sola racionalidad, la médica, también tiene valor la otra racionalidad, la del paciente, igualmente válida.
Para esta empatía es necesario el afecto. El paciente necesita ser querido (como cualquier persona) y además que se lo demuestren. Sin embargo, hay que evitar los extremos, ya que si desubjetivizar al paciente nos lleva a nuestra despersonalización, el sobresubjetivar nos conduce a una desestructuralización.
En el primer caso nos convertimos en médicos-robot y en el segundo perdemos la objetividad.
Se trata de estar con el paciente sin ser el paciente.
2- Aceptación
Es la aceptación “moral”, interesarnos por lo que el paciente hace y no por lo que es. La Medicina debe señalar lo beneficioso y advertir sobre lo dañino, pero no debe obligar a lo primero ni condenar lo segundo.
La moral en Medicina nos debe obligar a ser cada vez más justos con los pacientes pero no ser jueces de los mismos.
3 -Veracidad
No hay justificación ética para la mentira. No obstante se debe considerar que así como el paciente tiene derecho a saber, hay ocasiones que tiene derecho a no saber y esto debe ser respetado (a no ser que ese no saber dañe a terceros, por ejemplo, un análisis positivo para el VIH).
En todos los casos de severo pronóstico la verdad tiene que ser expresada en forma escalonada y soportable ya que es tan perjudicial una conspiración del silencio como un “encarnizamiento” informativo (a veces hay diagnósticos que son “fusilamientos”).
Para el ejercicio de este tipo de relación médico-paciente es necesario ejercer ciertas virtudes. En primer lugar, la integridad, esto es, ser fieles a esa confianza que se entrega a una conciencia.
La otra virtud es la ecuanimidad. Todos los pacientes son iguales y debemos tratarlos en consecuencia.
En palabras de Petrarca: “un médico ecuánime es aquel que atiende al último de los siervos con la misma diligencia que atiende al Papa” (5).
La virtud del respeto: un paciente es ante todo una persona y como tal (en sentido kantiano) tiene dignidad y no precio, es un fin en sí mismo y no un medio, es sujeto y no objeto.
En base a esto, privilegiar la confidencialidad, la autonomía y la privacidad.
Cuando faltamos a la privacidad (por ejemplo, examinar a un paciente desnudándolo frente a terceros) “violamos” a los pacientes; violaciones simbólicas pero no por eso menos deletéreas.
Una forma de respetar al enfermo es escucharlo, estamos acostumbrados (mal acostumbrados) al “interrogatorio” y esta es una palabra muy connotada de autoritarismo y castigo. Para el imaginario social “interrogan los jueces, la policía y los médicos”.
Los tres tenemos uniforme y los tres “internamos”, somos aliados tácticos, aunque no conscientes, del control social.
De allí que el hospital tiene una estructura “cuartelaria”; hay “pabellones”, “jefes de división”, hacemos “recorridas”, estamos de “guardia”, hay “cabas” y “cabos”, etc.
Hay que desestructurar el interrogatorio y convertirlo en un “escuchatorio”, valga el neologismo. Pero una escucha activa, esto es, ocuparnos y “preocuparnos” por lo que dice el enfermo, escuchar, (no simplemente oír) sus palabras desde su propia perspectiva más que de la nuestra.
A este tipo de escucha se refiere uno de los aforismos hipocráticos cuando afirma: “muchos pacientes se curan solamente con la satisfacción que les produce un médico que los escucha”.
Pero esta forma de escuchar debe ir más allá de lo biológico, debe interesarse por lo biográfico para conocer los proyectos de vida del enfermo.
Este conocimiento es fundamental porque se puede considerar que en términos antropológicos una persona se enferma cuando se ve interrumpido su proyecto de vida. En consecuencia, si lo ayudamos en ese proyecto, además de curar lo estamos “sanando”.
Todo lo mencionado puede resumirse en el epitafio del Dr. Trudeau del siglo XI D.C.: “Curar a veces, aliviar a menudo, confortar siempre”. Pero confortar no es simplemente la “palmadita” en el hombro, a veces esto se parece más a lástima.
Confortar, en el sentido antropológico, es comprometerse a ayudar al enfermo en la búsqueda del significado de su sufrimiento, porque cuando se tiene una idea sobre ese significado se deja de sufrir, quizás siga el dolor, pero solamente el físico y para éste tenemos los analgésicos.
Este acompañar al paciente en esa búsqueda del sentido de su sufrir, es nuestro gran compromiso, el arte supremo de la Medicina; pero acompañarlo en la búsqueda de su propio significado, no del nuestro.
Dicho significado nos permitirá conocer la forma cómo el paciente simboliza su enfermedad y en consecuencia actuar con la “eficacia simbólica” completando y enriqueciendo la eficacia biológica.
En síntesis, desde Hipócrates hemos estado al lado del paciente, llegó la hora de estar del lado del paciente.
BIBLIOGRAFÍA
1.- Menéndez E.: Modelo médico hegemónico, crisis socio-económica y estrategias de acción en el sector salud. Cuadernos Médicos Sociales N° 33, Rosario, 1985.
2- Conrad P: Deviance and Medicalization. Merrill Publish, Ohio, 1985.
3.- Chomsky N.: Política y cultura a finales del siglo XX. Ariel, Barcelona, 1994.
4.- Meeroff M.: Medicina Antropológica. Asociación Médica Argentina, Bs As, 1992.
5.- Petrarch. Encyclopaedia Britannica. Vol 17, pág.752, 1969.
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